jueves, 16 de febrero de 2012

CONOCERSE Y CONOCER

…Nunca llegué a conocerme a mí mismo… ! ni tan siquiera de lejos !…

Durante mi adolescencia, cuando me preguntaba quién era yo, me contestaba que “tenía toda la vida por delante para averiguarlo”… así que ! para qué las prisas !.

Entre los 15 y los 30 años, quizás fuera el período de mi vida en el que, con más ahínco, intenté conocerme a mí mismo… Reconozco que no fue sólo mérito mío…

Coincidieron aquellos años con unos más que significativos momentos históricos en mi país: los últimos años de una larguísima dictadura de 40 años, un período de transición a una democracia soñada, y hasta una lógica decepción de muchos sueños esbozados… Fue por tanto, aquella época, un ambiente apropiado para un clima colectivo de búsqueda de identidades robadas, perdidas u olvidadas, tanto individual como colectivamente…
Y como yo era un bicho un tanto inquieto, fui incorporándome a muchos de aquellos esfuerzos por conocerse y reconocerse, por buscar identidades, abrir puertas, rehacer caminos… Y en ese encuentro de búsquedas colectivas, como en un proceso simbiótico con los demás, no quedaron resquicios de mi vida que no fueran puestos al descubierto, revisados, analizados, compartidos…

Fueron, por tanto, 15 años intensos, apasionantes… A finales de aquel período de mi vida, había conseguido desmantelar, prácticamente, todo lo recibido y heredado a través de mi educación, de mis costumbres, de mis códigos morales, de mis tradiciones, de mi familia… A cambio, atesoraba, en una mano, una gran riqueza de experiencias variadas y diversas, en la otra, una gran riqueza de sueños, utopías y proyectos que se desvanecían en una realidad que, a pasos acelerados, recuperaba su cuerda y aburrida normalidad…. La conclusión era fácil de prever: a los treinta años, me conocía tan bien como a los quince.

 
Dispuesto a replantearme los asuntos complejos y delicados de nuestra existencia, llegué a la conclusión de que era el momento de cambiar de estrategia… quizás tanta apertura no era el camino más adecuado par conocerse a uno mismo. Decidí, por tanto, restringir drásticamente mi campo de interacción.. a uno o a dos … (bueno, hubo momentos, en que también fueron a tres, pero eso es otra historia)…

Con estas premisas, desde los 30 hasta los 40 años, quizás fue el período más introspectivo de mi vida…
Cualquier actividad o asunto, por pequeño e intrascendente que fuera, era una buena excusa para iniciar un reflexivo viaje a mis profundidades, en busca de mi yo. Cuando estos viajes introspectivos eran a dos (o a tres), empezaban bien (revolcones incluidos para la relajación y la prevención de estrés), pero solían acabar en recurrentes dolores de cabeza…

Aún así, esta práctica acumulada a través de los años, me proporcionó abundante información sobre mí… y sobre los múltiples recursos para acceder al autoconocimiento de uno mismo… Bueno, !eso es lo que yo creía en aquellos años!… En realidad, según me acercaba al final de aquella etapa, fui descubriendo algo importante: ! No es nada recomendable, perder una perspectiva de conjunto !…
Y es que, mirarse sólo hacia uno y hacia dentro… suele conducir a graves errores de bulto… suele llevar a análisis y conclusiones viciadas por la propia subjetividad y las pequeñas o grandes manías personales !…
Llegué, por tanto, a la sencilla deducción de que, acercándome a los 40 años… mi conocimiento sobre mí mismo era, prácticamente, el mismo que tenía en mi adolescencia.

Pero como soy un poco cabezón, decidí no tirar la toalla y replantearme el asunto… Quizás no fue buena decisión ni tanta “apertura desmanteladora”, ni tanta “introspección cegata y miopera”… Quizás lo correcto era encontrar un lógico equilibrio entre ambas opciones tan bruscamente opuestas..

Empezaba así un década, desde mis 40 a mis 50 años, mucho más equilibrada. Durante esos años, recuperé bastantes perspectivas ya olvidadas, fundamentalmente, aquellas que siempre nos proporcionan los demás… Y desde ellas, procuraba mirarme y descubrirme a mí mismo… eso sí, sin estridencias, ni grandes prisas, ni excesivas pretensiones… Utilicé cuanto había aprendido las dos décadas anteriores, y, probablemente, durante ese período aprendí a convertirme en escuchador y contemplador activo, capaz, llegado el caso, de implicarme de manera profunda y selectiva con algunas realidades muy concretas y cercanas…

Pero esas implicaciones profundas, por cercanas, fueron convirtiéndose en propias, aún siendo ajenas… y mi mirada acabó confundiéndose con las suyas… y al mirar y mirarme sólo pude ver y verme desde la mirada del otro… y esa mirada ajena es tan subjetiva y personal como la propia… tan viciada de pequeñas y grandes manías como la de uno mismo…
De manera que al pasar ya los 50 años, he de seguir reconociendo y afirmando que mi conocimiento de mí mismo es, fundamentalmente, el mismo que tenía a los 40… el mismo que tenía a los 30… el mismo que a los 15… el mismo, prácticamente, que en mi adolescencia…

Quizás, por ello, cuando por alguna circunstancia, me plantean o tengo que plantearme si conozco a los demás… siempre he de responder y responderme lo mismo:
“!cómo voy a pretender conocer a los demás, si apenas me conozco a mí mismo!”…

No quiero decir con todo ello, que no tenga capacidad para conocer algunos matices, algunos aspectos, algunos reflejos, algunos retazos del otro… sobre todo aquellos que, de una u otro forma, me son brindados por ellos mismos… en esto, hasta podría pasar por experimentado… por la sencilla razón de que es lo único que, en 50 años, apenas conseguí conocer de mí mismo… pero eso no creo que sea conocer al otro… tampoco creo que sea conocerse a uno mismo… o sí, quien sabe…
...!quizás sea, esa, la única forma con que podemos llegar a soñar en conocernos!...