martes, 28 de septiembre de 2010

EL ORGULLO

Las imágenes expuestas a continuación fueron tomadas por el fotógrafo Charles Ebbets; forman parte de una colección fotográfica sobre el levantamiento y la construcción de los primeros grandes rascacielos de la ciudad de New York, llevada a cabo en la primera mitad del siglo XX... Algunas, por ejemplo, pertenecen  a la construcción del Rockefeller Center y están tomadas en la planta 70 (a más de doscientos metros de altura)..
  
Al contemplar estas imágenes, lo primero que uno experimenta es un intenso escalofrío y/o estremecimiento.. o dicho más llanamente: ! se te sube, de repente, algo, hasta hacerse un grueso nudo en la garganta !..
Superada esta primera e inquietante sensación, uno imagina, inmediatamente, las protestas, reclamaciones y gritos, en el cielo y en el infierno, que proferirían lideres sindicales, políticos responsabilizados y medios de comunicación sensibilizados.. si dichas imágenes hubieran sido tomadas en nuestros días.. Protestas a las que, sin duda alguna, nos sumaríamos todos, con total y absoluto entusiasmo..
Una vez pasados ese momento de acojono ajeno y extremo, y el momento reivindicativo y solidario, uno (ya más sosegado), casi no tiene más remedio que pararse y reflexionar, aunque sólo sea brevemente (a menos, claro está, que uno tenga menos sensibilidad que un botijo)..
Seguramente, ante estas imágenes, podrían ser muchas y muy diversas las reflexiones que podrían hacerse..
En mi caso concreto (no sé muy bien por qué), me he quedado con una pregunta:
¿ de qué nos solemos sentir orgullosos los seres humanos?..
                      
                                               
El Orgullo (el propio o el ajeno), es ese sentimiento de aprobación, de satisfacción y reconocimiento que experimentamos durante o después de una determinada acción o el desarrollo de un proceso, bien por haberlos protagonizado, por haber participado en ellos, o por sentirnos (de alguna manera), más o menos cercanos de quienes los han llevado a cabo.

Para bien y para mal, dicho sentimiento de orgullo está, por tanto, ligado al esquema de valores establecido en cada grupo o sociedad... y en cada momento histórico concreto y determinado... No es de extrañar, por tanto, que los seres humanos podamos sentirnos orgullosos de hechos y acontecimientos tremendamente dispares y contradictorios.. Desde los más loables y admirables.. hasta los más terribles y despreciables..

Los actos y procesos violentos son un ejemplo claro de ello: dependiendo de si los protagonizamos "nosotros o los nuestros", o si los protagonizan "los otros", suelen ser considerados "actos heroicos y ejemplares" (merecedores de todo tipo de reconocimientos), o "actos repudiables" (merecedores de todo tipo de condenas)..

Otro ejemplo de ello, tan generalizado, o más, en el espacio y en el tiempo, es aquel que refleja el antiguo dicho "Tanto tienes, tanto vales"... y que básicamente consiste en trasladar el reconocimiento y la satisfacción (y por tanto el sentimiento de orgullo), de la acción concreta a su resultado o rentabilización... El sentimiento de orgullo se convierte, así, en una mercancía más, manipulable, comercializable y hasta cotizable en Bolsa, o en cualquier otro mercado de valores, ya sea político, religioso, social..
Cuando contemplamos y admiramos algún monumento, algún prodigio arquitectónico o urbano (ciudades, templos, pirámides, catedrales, puentes, edificios singulares..), recordamos (como mucho), a quienes más y mejor los han sabido rentabilizar (propietarios, diseñadores, reyes, papas, generales o gobiernos de turno).. Pero casi nunca (por no decir nunca), tenemos presente a quienes, con su esfuerzo y hasta su vida, los levantaron y los convirtieron en una realidad (esclavos, presos, soldados, emigrantes, trabajadores asalariados..)

No digo yo que haya que olvidar a Todos los primeros (aunque igual no estaría nada mal hacerlo con muchos de ellos).. Pero sí creo que deberíamos tener más presentes a los Segundos... No lo digo por ningún tipo de sensiblería sentimental... ni tampoco por ningún alarde de hipocresía solidaria.. Creo que es una cuestión ética, de justicia, de reconocimiento y restitución histórica y necesaria.. Ninguno de ellos contó nunca (ni cuenta), con ningún tipo de reconocimiento social  más bien de todo lo contrario).. es por tanto lógico pensar que difícilmente pudieron (ni pueden), sentirse muy orgullosos ni de sí mismos... salvo, quizás, por el orgullo personal de sobrevivir y "tirar para adelante"..
Puede que muchos piensen que con eso, ya es bastante... yo, personalmente, quiero creer que es insuficiente... y hasta injusto..

Por ello, desde acá, aprovecho para expresar mi admiración por todas estas personas relegadas, históricamente, al anonimato y al olvido... y para expresar, también, mi pequeño o gran orgullo de pertenecer, cuanto menos, a su misma condición y especie..

jueves, 23 de septiembre de 2010

..Y JOHNNY COGIÓ SU FUSIL..

Por necesidad y por ley, hace años que todos los “productos perecederos” están obligados a llevar, bien visible, y de forma clara y entendible, su fecha de caducidad.. En realidad también la llevan, incluso aquellos productos que no son considerados, legalmente, como tales (las garantías y todo el complejo mundo de normas, revisiones, inspecciones o chequeos dan fe de ello).. No es más que el reconocimiento de un hecho evidente : ! todo, en esta vida nuestra, es perecedero !..
Bueno, todo, menos, al parecer, el ser humano..

Dicho así, suena a una solemne estupidez, porque todos sabemos que el ser humano es tan perecedero como todo lo demás.. Yo me atrevería a decir que lo es, aún más, porque es consciente de dicha condición.. y eso le convierte en indefenso y vulnerable.. más propenso que ninguna otra criatura o producto a precipitar y agravar, con su angustia y sufrimiento, su natural y propia caducidad.

A pesar de ello (o quizás por ello), desde el momento mismo de nacer, al igual que nos lavan, eliminando los restos de nuestra anterior no-existencia, parece que también nos borran (o al menos lo intentan), cualquier indicio o sombra de nuestra condición perecedera.. y de esta manera, los seres humanos y su entorno, comenzamos una alocada, arriesgada y, a veces, hasta patética carrera en busca de una más que probable inexistente e imposible inmortalidad..

Al servicio de semejante e inútil obsesión, colocamos toda una amplísima batería de códigos y legislaciones, costumbres y tradiciones, moralidades e ideologías, dioses y creencias..
Y al frente de todas ellas, cómo no, dejamos que se instalen todo tipo de administradores y controladores..

El negocio, la rentabilidad y, sobre todo, el control sobre los más importantes aspectos de nuestra existencia, está, por tanto, más que asegurado: nos dirán (o dictarán) lo que tendremos que comer, lo que tendremos que pensar, lo que tendremos que sentir, lo que tendremos que creer, lo que tendremos que hacer, que soñar, que desear, que gozar, que sufrir.. Y también nos dirán (o dictarán) cómo y hasta cuando tendremos que hacerlo… fijarán los premios y castigos de nuestra buena o mala conducta.. Y sobre todo, se apropiarán del único y mayor bien que poseemos y que, por tanto, quizás nos debería de pertenecer en propiedad absoluta y exclusiva: !nuestra propia vida!..

Y los seres humanos aceptamos, gustosos y encantados, a cambio de la tierra y/o la inmortalidad prometida.. o al menos, a cambio de intentar seguir ocultando e ignorando nuestra condición perecedera.. Y para ello estamos dispuesto a hacer cuanto sea necesario, a pagar cuanto haga falta… !incluso a vender nuestra propia vida a cualquier diablo!..

  
Aquel lunes por la tarde, Johnny se duchó pronto, apenas levantado de la siesta que nunca existió.. A las siete de la tarde tenía cita en el centro de salud.. Por enésima vez (y en el enésimo sitio), tenía que ejercer de intermediario entre la persona a la que cuidaba y quería, y el resto de la sociedad.. En teoría, su papel se lo debía conocer al dedillo.. Sin embargo, aquella vez era diferente.. Iba (y se sentía) sólo, tremenda y abrumadoramente sólo.. Y también iba mínimamente (o quizás demasiado) preparado para aquella cita.. Sabía, de antemano, el diagnóstico que le iban a dar.. Sabía, de antemano, la pregunta que tenía que hacer.. Y sabía, de antemano, la respuesta que iba a recibir..

..Ya en la consulta, donde tantas veces había acudido como acompañante durante los últimos años, Johnny escuchó, tranquilo y resignado, el diagnóstico esperado y las explicaciones de la doctora, a la que conocía, también, desde hacía bastantes años.. Cuando la doctora acabó de hablar, Johnny pensó sólo en su persona ausente y querida.. e hizo la pregunta que tenía que hacer: -“si la evolución de la enfermedad avanza, y ella no tiene capacidad ni fuerzas para soportarla, ¿existe alguna posibilidad de ayudarla para acortar el proceso de su enfermedad y de su sufrimiento?”- .. Y Johnny recibió la respuesta esperada, más en el fondo ("ninguna posibilidad"), y quizás algo menos, en la forma.. porque Johnny hubiera deseado escuchar menos justificaciones de códigos deontológicos, morales o penales, y unas pocas palabras más de comprensión y apoyo.. aunque dichas palabras no hubiesen cambiado nada..

..Y Johnny salió de aquel centro de salud, como había entrado.. sólo, tremenda y abrumadoramente sólo.. Entró en el primer bar que encontró abierto y pidió una cerveza.. y mientras se la tomaba, se repetía las palabras que suelen decirse en estas ocasiones: “así es la vida” .. sólo al ir acabando aquella fría cerveza (y quizás algo animado por la misma), Johnny se atrevió a decirse y a decir: “así sólo es la  vida que nos hemos montado.. !hasta que seamos capaces de cambiarla!”..

miércoles, 15 de septiembre de 2010

CARICATURAS

Una Caricatura (procedente del término italiano "caricare": cargar o exagerar), es una visión o descripción que exagera o distorsiona la apariencia o el comportamiento de una persona, un grupo social.. o una institución.. con el fin de provocar un efecto grotesco, humorístico, satírico.. o reflexivo..
En su sentido más reconocido y moderno, la Caricatura nace en Bolonia, a finales del siglo XVI, en una escuela de arte fundada por una familia de pintores, los Carracci, y su uso está especialmente destinado al lenguaje y la representación gráfica..

..Bueno, eso es, al menos, lo que afirman y recogen los diccionarios y las enciclopedias..
Porque una caricatura puede ser, también, la forma que tenemos de observar la realidad y configurarla..
..y puede ser, también, la forma que tiene esa realidad, de observarnos a nosotros..
Porque una caricatura puede ser, también, la manera que tenemos de contemplar a los demás..
..y puede ser, también, la manera que tienen los demás, de contemplarnos a nosotros..
Porque una caricatura puede ser, también, la forma de darnos a conocer a los otros ..
..y puede ser, también, la forma de mirarnos y conocernos a nosotros mismos..
Y como consecuencia de todo ello, también podrían ser caricaturas nuestras relaciones con cuanto nos rodea.. nuestras reacciones o nuestras propuestas.. nuestras aspiraciones o nuestros sueños..
Porque, con frecuencia, nuestras limitaciones son tantas.. y nuestros recursos tan escasos.. que difícilmente podemos aspirar a otra cosa que a ser caricaturas de carne y hueso, en un mundo real de chiste y caricaturesco..
Eso sí, con algunas diferencias importantes con las caricaturas de ficción que viven en su mundo de ficción: !éstas, ni sufren, ni hacen sufrir tanto!.. además de ser más divertidas, sensatas e inteligentes a la hora de observar y analizar su propio mundo... Y de paso, también el nuestro ..

Quizás, por ello, puestos a elegir, a veces tomo partido.. para quedarme con Homer Simpson y su familia, la pandilla de South Park, la Pantera Rosa, el Coyote y el Correcaminos, los Guiñoles, el Monstruo de las Galletas, la Rana Gustavo... o hasta el mismísimo Pato Donal..

Igual lo más importante, no es aspirar a dejar de ser una caricatura..
sino intentar decidir (o incluso elegir), la caricatura que queremos ser..
o al menos, asumir la caricatura que ya somos..
para intentar redibujarla.. algún día.. o a cada momento..

viernes, 3 de septiembre de 2010

PROCESOS

Durante mis estudios de secundaria, tuve un buen profesor de matemáticas: D.Carlos. Después de casi 40 años, aún lo recuerdo con agradecimiento, y hasta con cariño. Tratándose de una asignatura como las matemáticas, este reconocimiento creo que adquiere un valor aún más relevante. En los exámenes, que hacíamos con regularidad, D.Carlos nos insistía que expusiéramos, de la manera más detallada y clara posible, el proceso que seguíamos para resolver los ejercicios, nos permitía usar libros y apuntes, y nos proporcionaba hojas aparte para realizar operaciones "en sucio"(en aquella época no usábamos ni calculadoras, porque casi nadie tenía).
Al principio, todos pensábamos que era una estrategia para tratar de evitar que nos copiáramos unos de otros (siempre resulta más fácil copiar un resultado que todo un proceso). Pronto nos dimos cuenta de que no era este el motivo (o al menos, no era el único ni el más importante). Nos convencimos de ello cuando comprobamos su peculiar modo de puntuar y valorar dichos ejercicios.. en la medida que le era posible seguirlo, aquel profesor puntuaba el proceso seguido por cada alumno en la resolución de cada ejercicio; la solución final era puntuada, por tanto, como el resto de las otras partes de dicho proceso (a veces, y para nuestra más absoluta incomprensión, con menor valor aún que éstas).
Ante nuestras continuas, y a veces airadas protestas, él nos ofrecía, tranquila y sosegadamente, una misma y única explicación: consideraba que el resultado final era, sólo, una parte más del proceso. Consideraba que dicho resultado dependía de múltiples y variados factores, a veces insignificantes, accidentales o poco relevantes para evaluar todo un camino más o menos largo y complejo (como un pequeño error en una operación, un cambio de signo o un fallo de memoria).. Y sobre todo, consideraba que era durante dicho proceso, dónde y cuándo el alumno demostraba sus conocimientos, su capacidad de aprendizaje, su esfuerzo, su comprensión o su razonamiento.
 
Hace unos 16 años, el hijo de unos amigos, cursaba su primer año de BUP. Buen estudiante y atraído e interesado, desde pequeño, por la estética y el arte, se planteaba hacia dónde orientar su inmediato y lejano futuro. Por la cercanía y el aprecio mutuo, me comentaron sus lógicas dudas al respecto. Por el aprecio y la cercanía mutua, invité a aquel joven a realizar, juntos, una tranquila, larga, entretenida y "poco sacrificada" tarea: dedicar algunas horas del largo período vacacional-veraniego, a levantar, construir y recrear, con maquetas, algunos proyectos de arquitectos reconocidos. No había metas, ni elaborados objetivos finales, ni premios o castigos.. sólo la posibilidad de acercarse a una realidad, el diseño y la arquitectura, conocerla un poco mejor a través de una actividad divertida e interesante, disfrutar, aprender, soñar un poco.. !y compartir algunos buenos ratos ¿trabajando?!... Aquel joven, de nombre Pablo, aceptó la invitación, por el aprecio, la cercanía y por su propia inquietud personal. Fue así como, durante varios veranos consecutivos dedicamos una parte de las vacaciones a este proceso de aprendizaje, creativo y compartido.. Seleccionábamos un proyecto, buscábamos una información básica del mismo, dibujábamos los planos a una escala apropiada y realizábamos un estudio de cada conjunto y de las partes que lo componían: desde la idea central del proyecto, hasta el diseño concreto de cada forma y los materiales utilizados en su construcción.. Por último, lo más interesante y atractivo, reconstruir y dar vida a cada uno de estos elementos, con materiales sencillos, económicos y al alcance de cualquiera (cartulinas, cartones, plásticos, maderas, pinturas, alambres, plastilinas, miniaturas..), en un proceso riguroso y detallado, pero creativo e imaginativo a la vez.. Creo que cumplimos, con creces, el principal y único objetivo de aquella tarea: aprender y disfrutar con el proceso y durante el proceso.. Quizás por ello, los resultados, en esta ocasión, quisieron acompañarnos.
En 1980, Umberto Eco publicaba "El nombre de la rosa", uno de los libros más leídos en aquellos años.. No era un best-seller al uso, más bien era un "tocho" de centenares y centenares de páginas, llenas de reflexiones y referencias históricas, sociales y culturales.. Ambientada en el siglo XIV (edad media) y articulada por la investigación de unos crímenes sucedidos en una cerrada y aislada abadía en los Alpes, la novela es, sobre todo, una exaltación del proceso y del camino, frente a las metas y los resultados finales.. La trama de intriga y misterio (ni compleja ni sorprendente), es sólo una excusa para realizar una extensa exposición y reflexión sobre numerosos aspectos: las costumbres y la mentalidad social, la pesada y abrumadora carga de las creencias, el brutal y absolutista poder, temporal y espiritual, de la Iglesia católica, los movimientos religiosos revolucionarios, la represión, la censura, el miedo, el monopolio y el secuestro del conocimiento y de la cultura, el fanatismo y la irracionalidad, el odio y el desprecio.. !Hasta una impresionante y detallada descripción de la concepción arquitectónica y estética de la abadía y de su biblioteca, como expresión y reflejo de la sociedad en la que suceden los hechos relatados!.. Supongo que muchos lectores de aquella novela, hicieron lo mismo que quienes, en 1986, perpetraron la película que lleva su mismo nombre: obviar, simplificar y eliminar todo este extenso contenido, hasta reducirlo a un simplón capítulo de CSI Las Vegas.. Incluso a ellos, me atrevería a recordarles las palabras de Guillermo de Baskerville (franciscano encargado de la investigación de los crímenes) a su discípulo Adso de Melk: "Lo importante en toda investigación, es el proceso seguido durante la misma.."
..Hace mucho que hemos mercantilizado nuestra vida:
la hemos reducido a un balance de cuentas, donde importan, sobre todo, las metas y resultados establecidos.. En función de éstos, realizamos valoraciones y divisiones simplificadoras, erróneas, injustas y bastante absurdas.. éxito o fracaso, ganador y perdedores, utilidad o carga prescindible, rentabilidad, beneficio..

No nos interesa mucho, ni nos preocupa en exceso, cómo se obtienen dichos resultados (ni a qué precio).. Mucho menos, nos interesa pensar en quienes no consiguen los resultados establecidos (ni en las causas, ni en las consecuencias)...
No me refiero sólo al mundo competitivo del deporte, o de la economía.. o al ámbito profesional y laboral.. o al de la formación y la enseñanza.. o al artístico.. También me refiero a otros muchos aspectos de nuestra vida, incluido, por supuesto, el ámbito más íntimo y personal: el de las relaciones humanas y afectivas..

Esta mercantilización simplificadora de la vida, siempre me ha parecido un tanto contradictoria y un mucho estúpida..
..porque, puestos a admitir metas, objetivos y resultados finales, !todos compartimos el mismo, y todos lo conocemos a la perfección!:
!criar malvas y engordar toda una legión de hermosos gusanos!

Mientras alcanzo dicha meta gloriosa y compartida, prefiero quedarme con la creencia y la esperanza de que aquel viejo profesor tuvo algo que ver con que me gustaran, y hasta se me dieran bien, las Matemáticas.. con la ilusión de que aquellos momentos veraniegos, construyendo maquetas, contribuyeron, en algo, a que hoy, Pablo disfrute ejerciendo como arquitecto.. y hasta con la increíble ilusión de que muchos lectores de "el nombre de la rosa", no sólo se mamaron la novela entera (o casi entera), sino que hasta la consideraron bastante más interesante que la película que lleva su mismo nombre..

"Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus”
("Ante nosotros se muestra la rosa, tan sólo su nombre tenemos")