Durante mis estudios de secundaria, tuve un buen profesor de matemáticas: D.Carlos. Después de casi 40 años, aún lo recuerdo con agradecimiento, y hasta con cariño. Tratándose de una asignatura como las matemáticas, este reconocimiento creo que adquiere un valor aún más relevante. En los exámenes, que hacíamos con regularidad, D.Carlos nos insistía que expusiéramos, de la manera más detallada y clara posible, el proceso que seguíamos para resolver los ejercicios, nos permitía usar libros y apuntes, y nos proporcionaba hojas aparte para realizar operaciones "en sucio"(en aquella época no usábamos ni calculadoras, porque casi nadie tenía).
Al principio, todos pensábamos que era una estrategia para tratar de evitar que nos copiáramos unos de otros (siempre resulta más fácil copiar un resultado que todo un proceso). Pronto nos dimos cuenta de que no era este el motivo (o al menos, no era el único ni el más importante). Nos convencimos de ello cuando comprobamos su peculiar modo de puntuar y valorar dichos ejercicios.. en la medida que le era posible seguirlo, aquel profesor puntuaba el proceso seguido por cada alumno en la resolución de cada ejercicio; la solución final era puntuada, por tanto, como el resto de las otras partes de dicho proceso (a veces, y para nuestra más absoluta incomprensión, con menor valor aún que éstas).
Ante nuestras continuas, y a veces airadas protestas, él nos ofrecía, tranquila y sosegadamente, una misma y única explicación: consideraba que el resultado final era, sólo, una parte más del proceso. Consideraba que dicho resultado dependía de múltiples y variados factores, a veces insignificantes, accidentales o poco relevantes para evaluar todo un camino más o menos largo y complejo (como un pequeño error en una operación, un cambio de signo o un fallo de memoria).. Y sobre todo, consideraba que era durante dicho proceso, dónde y cuándo el alumno demostraba sus conocimientos, su capacidad de aprendizaje, su esfuerzo, su comprensión o su razonamiento.

Hace unos 16 años, el hijo de unos amigos, cursaba su primer año de BUP. Buen estudiante y atraído e interesado, desde pequeño, por la estética y el arte, se planteaba hacia dónde orientar su inmediato y lejano futuro. Por la cercanía y el aprecio mutuo, me comentaron sus lógicas dudas al respecto. Por el aprecio y la cercanía mutua, invité a aquel joven a realizar, juntos, una tranquila, larga, entretenida y "poco sacrificada" tarea: dedicar algunas horas del largo período vacacional-veraniego, a levantar, construir y recrear, con maquetas, algunos proyectos de arquitectos reconocidos. No había metas, ni elaborados objetivos finales, ni premios o castigos.. sólo la posibilidad de acercarse a una realidad, el diseño y la arquitectura, conocerla un poco mejor a través de una actividad divertida e interesante, disfrutar, aprender, soñar un poco.. !y compartir algunos buenos ratos ¿trabajando?!... Aquel joven, de nombre Pablo, aceptó la invitación, por el aprecio, la cercanía y por su propia inquietud personal. Fue así como, durante varios veranos consecutivos dedicamos una parte de las vacaciones a este proceso de aprendizaje, creativo y compartido.. Seleccionábamos un proyecto, buscábamos una información básica del mismo, dibujábamos los planos a una escala apropiada y realizábamos un estudio de cada conjunto y de las partes que lo componían: desde la idea central del proyecto, hasta el diseño concreto de cada forma y los materiales utilizados en su construcción.. Por último, lo más interesante y atractivo, reconstruir y dar vida a cada uno de estos elementos, con materiales sencillos, económicos y al alcance de cualquiera (cartulinas, cartones, plásticos, maderas, pinturas, alambres, plastilinas, miniaturas..), en un proceso riguroso y detallado, pero creativo e imaginativo a la vez.. Creo que cumplimos, con creces, el principal y único objetivo de aquella tarea: aprender y disfrutar con el proceso y durante el proceso.. Quizás por ello, los resultados, en esta ocasión, quisieron acompañarnos.


En 1980, Umberto Eco publicaba "El nombre de la rosa", uno de los libros más leídos en aquellos años.. No era un best-seller al uso, más bien era un "tocho" de centenares y centenares de páginas, llenas de reflexiones y referencias históricas, sociales y culturales.. Ambientada en el siglo XIV (edad media) y articulada por la investigación de unos crímenes sucedidos en una cerrada y aislada abadía en los Alpes, la novela es, sobre todo, una exaltación del proceso y del camino, frente a las metas y los resultados finales.. La trama de intriga y misterio (ni compleja ni sorprendente), es sólo una excusa para realizar una extensa exposición y reflexión sobre numerosos aspectos: las costumbres y la mentalidad social, la pesada y abrumadora carga de las creencias, el brutal y absolutista poder, temporal y espiritual, de la Iglesia católica, los movimientos religiosos revolucionarios, la represión, la censura, el miedo, el monopolio y el secuestro del conocimiento y de la cultura, el fanatismo y la irracionalidad, el odio y el desprecio.. !Hasta una impresionante y detallada descripción de la concepción arquitectónica y estética de la abadía y de su biblioteca, como expresión y reflejo de la sociedad en la que suceden los hechos relatados!.. Supongo que muchos lectores de aquella novela, hicieron lo mismo que quienes, en 1986, perpetraron la película que lleva su mismo nombre: obviar, simplificar y eliminar todo este extenso contenido, hasta reducirlo a un simplón capítulo de CSI Las Vegas.. Incluso a ellos, me atrevería a recordarles las palabras de Guillermo de Baskerville (franciscano encargado de la investigación de los crímenes) a su discípulo Adso de Melk: "Lo importante en toda investigación, es el proceso seguido durante la misma.."
..Hace mucho que hemos mercantilizado nuestra vida:
la hemos reducido a un balance de cuentas, donde importan, sobre todo, las metas y resultados establecidos.. En función de éstos, realizamos valoraciones y divisiones simplificadoras, erróneas, injustas y bastante absurdas.. éxito o fracaso, ganador y perdedores, utilidad o carga prescindible, rentabilidad, beneficio..
No nos interesa mucho, ni nos preocupa en exceso, cómo se obtienen dichos resultados (ni a qué precio).. Mucho menos, nos interesa pensar en quienes no consiguen los resultados establecidos (ni en las causas, ni en las consecuencias)...
No me refiero sólo al mundo competitivo del deporte, o de la economía.. o al ámbito profesional y laboral.. o al de la formación y la enseñanza.. o al artístico.. También me refiero a otros muchos aspectos de nuestra vida, incluido, por supuesto, el ámbito más íntimo y personal: el de las relaciones humanas y afectivas..
Esta mercantilización simplificadora de la vida, siempre me ha parecido un tanto contradictoria y un mucho estúpida..
..porque, puestos a admitir metas, objetivos y resultados finales, !todos compartimos el mismo, y todos lo conocemos a la perfección!:
!criar malvas y engordar toda una legión de hermosos gusanos!
Mientras alcanzo dicha meta gloriosa y compartida, prefiero quedarme con la creencia y la esperanza de que aquel viejo profesor tuvo algo que ver con que me gustaran, y hasta se me dieran bien, las Matemáticas.. con la ilusión de que aquellos momentos veraniegos, construyendo maquetas, contribuyeron, en algo, a que hoy, Pablo disfrute ejerciendo como arquitecto.. y hasta con la increíble ilusión de que muchos lectores de "el nombre de la rosa", no sólo se mamaron la novela entera (o casi entera), sino que hasta la consideraron bastante más interesante que la película que lleva su mismo nombre..
"Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus”
("Ante nosotros se muestra la rosa, tan sólo su nombre tenemos")